Fragmentos y extensiones de "Enciendo una palabra"

 

 

I

Me enfrento al infinito…

Como extranjero

devoro el paisaje

con lo que queda del día.

La vida me unge con su bendición.

No ser eterno.

 

Si una noche cae sobre otra noche

y nos hace mirar el mundo oscuro,

-donde la piel se junta con los huesos y los colores se amontonan-

aún sobra el brillo incandescente de una pupila.

 

Atrás del viento la quietud miente.

Sigue en blanco el trabajo de mis manos...

 

 

II

Al filo de la sombra

abro mis manos

en las manos del sueño

cuencos en el agua,

urdimbre entre mis dedos.

Una alucinación deviene espejo

ante mis ojos:

la ciudad es ahora una radiografía de dioses.

-Ídolos atávicos

huérfanos de brazos

y espaldas para la penitencia,

encaramados en el miedo de los hombres-

 

Divinidades anacrónicas,

fósiles,

papeles revoloteando en círculos.

 

 

III 

Fuera del sueño

la palabra me trae otro dios

difícil de abandonar,

enclaustrado en mi piel

reclama la contemplación.

 

Vuelvo del filo de la sombra

a ser el dios que habita estas visiones,

declino el tiempo,

un instante sin él

me otorga la eternidad. 

 

Fragmento de "Este hilo de huesos y de carne"

 

 

            Y sin embargo el laberinto continúa.

 

Cuando bullía en mi el tedio por la calma

oí decir

         

                las señales del tiempo

 

quizá una clave de salida,

pero los signos sólo eran compañeros de ruta

mientras que aquel, incrustado

en las horas engendró otra puerta.

 

Una profecía extendió su mano

y abrió mis ojos:

-El horizonte de murallas

cobijó de súbito la contemplación-

el pavor que cubrió su desnudez

tomó venganza de mis sueños:

 

Laberinto sin fondo

ahora soy errante de mi cuerpo.

 

Pasó la estación para sembrar

y ahora presiento la cosecha,

un ritmo de ilusión vegetal,

la fecundidad

ataviada de hierba me seduce,

puede ser que ella sea

no el hilo, sino la rueca que lo ha tejido.

 

El laberinto es entonces un pretexto

                          El laberinto soy yo

 

En las orillas

                  de su eternidad desato mis correas

y en las manos

                  descubro un pliegue herencia de otra fe:

               

No hay hilo que guíe si los muros son mi piel.